Una y otra vez oímos y volvemos a escuchar la cansina afirmación acerca de la importancia que tiene la educación de cara al desarrollo que algunos esperan mirar alcanzado en Tiquicia para el año 2050. También es frecuente, en contraste, oír las quejas de tantos que elevan su voz para hablar del deterioro de la educación pública en todos sus niveles, así como de sus esperanzas de que algún día en cada una de nuestras aulas la importación del famoso modelo finlandés comience a generar el ansiado desarrollo y el nuevo modelo “alterglobalizado” equitativo capaz de vencer toda desigualdad y rastro de subdesarrollo entre nosotros.
Mientras esto se dice en uno y otro foro, se habla también de modo insistente acerca de cuán importante es que ese nuevo modelo educativo que ha de surgir, sea o no a la usanza finlandesa, esté marcado por un énfasis tecno-científico evidente y comprobado. Además, que el sistema garantice al estudiante al graduarse o tener que concursar para su primer puesto laboral hablar inglés lo más fluidamente posible, como recientemente recomendaba entusiasmado Franklin Chang.
Así, recientemente, una persona que asistía a una feria de empleo realizada recientemente, me decía cómo, visto el asunto desde la oferta, cualquier persona formada en ingeniería o una rama afín, o bien, con algún conocimiento en temas administrativos y, si de paso, domina medianamente el inglés, podía aspirar al 80% de los trabajos ofrecidos en esa actividad.
Mientras tanto, veamos otra cara de la moneda. En este momento prácticamente el 30% de los estudiantes universitarios comprenden con mucha dificultad las lecturas que deben realizar para sus carreras. De ellos, prácticamente sólo el 25% muestra niveles de abstracción más o menos aceptables y, además, los jóvenes de primer ingreso están llegando a las universidades públicas y privadas manejando un español de unas 800 palabras.
Recientemente, aplicando un examen en el que aparecía la palabra “atenuar”, aproximadamente la mitad de los estudiantes, en un número por el orden de los cien, no pudo contestar por desconocer el significado de ese vocablo. Por otra parte, sigue siendo una constante el influjo negativo de la red al no ser manejada correctamente en casa o el aula, lo mismo que la ausencia de un manejo elemental de los datos básicos de cultura general que se esperaría de estudiantes de segundo o tercer año de vida universitaria. Me refiero a desconocer de plano figuras y hechos esenciales de la historia nacional o mundial, lo mismo que de la más mínima sensibilidad para valorar manifestaciones básicas de la cultura occidental que podríamos llamar “culta”, en el sentido usado por Humboldt.
¿Con técnicos o personas especializadas en alguna área de la ciencia que podrían llegar a ser verdaderos “analfabetos alfabetizados” –para usar una expresión de Ferraroti- lograremos el desarrollo en la mitad de este siglo? Yo, la verdad, lo dudo. La mano de obra requerida se podrá completar, pero una cultura construida a puros jirones de información, reciclajes y alguno que otro “refrito” será, sin duda alguna, el retorno a la barbarie o, a lo más, a una sociedad compuesta por un grueso de gentes casi mudas que hablarán –si acaso- algo de inglés y un español “de aeropuerto”.